El sábado que viene desembarca en el Auditorium con su espectáculo "Testosterona", en el que profundiza en los mandatos masculinos: el "ser varón de determinado modo, aunque te asumas como homosexual, gay, marica o puto", dijo. Habló del descrédito de lo político, de la verdad, del auge de lo colectivo y de su amigo, Pedro Lemebel, en una larga charla.
Por Paola Galano
“Cada vez que subí al escenario, sobre todo durante las primeras seis funciones, hasta que logré comprender la escencia del asunto, yo me quería volver a mi casa y meterme abajo de la cama“. Así resume el periodista y escritor Cristian Alarcón la sensación previa al arranque de “Testosterona”, una propuesta en la que desarrolla el rol de actor de su propia biografía. “Tenía miedo de olvidarme la letra, paradojalmente, porque es mi propia vida“.
Un hecho real que vivió entre los 6 y los 8 años mientras vivía en la Patagonia lo arrojó a “Testosterona”. Allí cuenta que, con el consentimiento de sus padres, fue sometido a esa edad a un tratamiento de conversión hormonal que buscó masculinizarlo.
Aunque parte de su biografía, el espectáculo va más allá. Alarcón nutre la historia con diversas disciplinas artísticas y construye un artefacto que se mueve entre lo ficcional y lo verídico.
“Qué aburrimiento tan grande la verdad, qué embole la verdad, a la gente del siglo XX le interesa la verdad”, dijo en una entrevista con LA CAPITAL. “Existe una idea de habitar lo ficcional y de comprender que permanentemente estamos generando nosotros y los demás y el sistema mismo una serie de ficciones que se van concatenando y que se van reflejando como un loop -explicó-. Eso nos permite, a los que trabajamos con los materiales de la verdad y de la realidad, no tener un apego por esa verdad táctica de un mundo que se cae a pedazos, sino por la construcción, la construcción de una verdad en complicidad con la sensibilidad de quienes nos siguen”.
Emergen, entonces “posibilidades de ver lo real, infinitas posibilidades de mirar lo real”.
“Pedro (Lemebel) me dijo ‘Nunca te dejes tratar como un experto, no eres un experto, vas a ser un escritor'”
Alarcón y la directora de “Testosterona”, Lorena Vega.
Alarcón puede ser un “outsider” del teatro, pero no lo es de la experimentación ni de las búsquedas periodísticas. Creador de medios como Cosecha Roja y Anfibia, autor del libro de crónica e investigación “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”, entre otros, el artista también creó el Laboratorio de Periodismo Performático, desde el que dio forma a “Testosterona”.
En este espectáculo que se podrá ver en Mar del Plata -el sábado que viene en el Teatro Auditorium– recrea sus años de infancia. Y la anécdota que rescata su memoria es clave para que el performer profundice en otros temas.
“Podríamos decir que no es (una obra) esencialmente queer o LGBTQ+ porque tiene una ambición de universalidad que trasciende la idea de que solamente los mandatos afectaron a personas con una identidad disidente; afecta a los espectadores mucho más allá de la cuestión del género. Es sintomático cómo se conmueven los varones heterosexuales porque parecen más conmovidos a veces que nosotros, los miembros de la comunidad gay”, dijo.
“Bailando Carmina Burana con los ojos cerrados éramos capaces de tener conciencia de lanzarnos contra la pared sin hacernos daño”
Con varios años de funciones encima, Alarcón aprendió a disfrutar el vértigo que genera un escenario para quienes están poco acostumbrados a transitarlo. “La obra crece cada vez que la hacemos porque descubrimos lo más importante de todo: que ésta es verdaderamente una investigación en proceso”, detalló.
“Lo que va a llegar a Mar del Plata es una performance depurada, aceptada, en donde se sedimentó lo que tenía que ver con la experiencia física y corporal y ahora está en una efervescencia creativa, donde se combinan todas las artes que están en escena”, dijo sobre la propuesta que tiene dirección de Lorena Vega.
Ese camino que transitó junto a “Testosterona” lo colocó en un sitio de aprendizaje y de humildad. “Reconocerse a uno ocupando un lugar en un momento como éste, que podría estar ocupado por actores o actrices descomunales requiere que uno, primero, se comprometa de un modo extraordinario”.
-¿Podríamos pensarte como un buscador de nuevas formas de comunicar, te interesa abrir espacios nuevos para decir?
-Se podría hablar de una necesidad imperiosa de experimentación que creo que está allí desde siempre. Entre los entre los 14 y los 17 formé parte de un grupo de teatro en la Patagonia, donde vivía, que se llamaba Río Vivo y que trabajaba con las técnicas de Eugenio Barba. Eso está en el poema que escribí cuando recordé lo de la testosterona. Bailando Carmina Burana con los ojos cerrados éramos capaces de tener conciencia de lanzarnos contra la pared sin hacernos daño. Un arrojo, una necesidad de caer al vacío pero sin los efectos colaterales de lo violento, una especie de lanzarse protegido por la autenticidad del movimiento. Me lo planteo recién ahora después de haber recordado, porque yo olvidé durante años que había tenido esa experiencia física, la del teatro, la de lo escénico. Después de haber escrito libros sobre jóvenes ladrones o narcotraficantes y todos esos personajes que me ponían en un lugar de peligro, recién ahora diciendotelo a vos soy conciente de que el aprendizaje de aquel taller de teatro fue mucho más allá del hecho de volverme o no actor. Quizás podría decir que recién ahora me reencuentro con un deseo frustrado, porque quise ser actor y luego me volví periodista y escritor, pero cómo es la vida que te da la posibilidad… Pero quizá se trata de algo más profundo: esa necesidad de experimentar proviene de esa primera experiencia y quizás también provenga del hecho de que yo mismo fui sujeto de la experimentación.
“Hay un varón que se equivoca y que negocia y que se avergüenza un poco de los modos en que negoció su masculinidad”
-Conocemos la anécdota de la obra: fuiste inoculado con testosterona entre los 6 y los 8 años, en un tratamiento consentido por tus padres. ¿Ese disparador te sirve para meterte en qué otros temas?
-Yo creo que aparece la existencia de lo familiar no como un sino, sí como una construcción y la posibilidad de un desarrollo de esas historias, inicialmente traumáticas. Cómo cada uno de nosotros puede revisar su genealogía sin necesariamente situarse en el lugar del dolor. Habilitando una resiliencia posible. La obra es la historia de alguien que está aquí parado, ya transitó el trauma, ha salido de allí para experimentar la vida sin miedo, no hay una inhabilitación, no hay en la marca que deja el trauma una individuación deprovista de pulsión vital. Todo lo contrario: hay un varón que se equivoca y que negocia y que se avergüenza un poco de los modos en que negoció su masculinidad. No se trató solamente de la sustancia, sino del impresionante efecto del mandato cultural de ser varón de determinado modo, aunque te asumas como homosexual, gay, marica o puto. Ha habido un repertorio para nuestras masculinidades y hemos dejado en ello muchísimo. Lo dejan todos los días cada uno de los heterosexuales que tienen que sostener el andamiaje masculino desde la frialdad, la distancia, la dureza, la falta de emoción, el abandono del otro, la negación pero incluso aquellos que nos asumimos gay, yo lo hice tempranamente a los 24 o 25 años. Igual y esto cuenta la obra, nos vimos obligados a negociar un como si…, unas capas de masculinidad tradicional para sortear el juicio de los demás.
-El momento político parece ideal para este espectáculo: se discuten los derechos de las minorías, parecen estar en repliegue.
-Sí, el carácter contracultural. A medida que la ultraderecha se vuelve más agresiva, más excluyente y más facista los sentidos de nuestras prácticas se vuelven distintos. Yo no creo que solamente se trate de un momento en el que el clivaje está dado por el auge de las ultraderechas, sino también por la profunda crisis de lo político en términos de la dificultad que tenemos para habitarlo. El rechazo que produce lo escénico-político al que veníamos habituados, la caída de valores y de imaginarios tan difíciles de reconstruir. Ante esto la intimidad y la subjetividad como herramientas políticas se imponen y adquieren un sentido ultra político porque allí hay una especie de enorme honestidad y riesgo tomado por el propio cuerpo y tomado por la historia que se pone en juego con otras, a pesar de la posibilidad de ser rechazada, criticada, bulineda, atacaba. El rescate de una historia colectiva, de homosexuales que fuimos sometidos a tratamientos de conversión a lo largo de décadas y décadas viene a adquirir un sentido nuevo en este momento actual.
-Los feminismos dicen “lo personal es político”.
-Sí, pero es una frase que se discute mucho en los feminismos y en los postfeminismos porque también adquirió un carácter banal, de llevar todo lo personal a lo político. Y tampoco es exactamente así. Lo personal político en el sentido de que cualquier trauma lo es o de que cualquier circunstancia individual lo es puede llegar a ser tramposo, en el sentido de que los discursos liberales lo pueden tomar como una herramienta para poder conformarnos en nuestra super singularidades, en nuestra súper ultra identidades para deshacernos de la responsabilidad que nos cabe en la reconstrucción de esto que se podría llamar “los escombros de la democracia”. Cuando uno se lanza a la aventura artística que es eminentemente política por su tema, también es política por el nivel de cavidad en que uno se desafía a llegar en la búsqueda de crear estos nuevos sentidos necesarios para habitar la política.
-¿Cuánto te influenció Pedro Lemebel en la puesta en escena de este espectáculo?
-Tuvo una enorme influencia en mi vida, en mi escritura. Pedro fue un amigo, un compinche y un maestro en muchos sentidos para mí. Lo conocí temprano, cuando él era una estrella, una diva de la literatura chilena, pero conmigo tuvo una generosidad gigantesca. Recuerdo haberlo visitado en una de sus últimas casas, una casa preciosa que había sido la casa de una modista llena de objetos que habían quedado de esa modista. Los dos teníamos un especial afecto por el oficio de la costura, habíamos sido mariquitas que crecimos con el sueño de ser vestidos con oropeles por esas costureras que les hacían la ropa a nuestras mamás. La primera vez que lo visité en esa casa estaba escribiendo una historia en una máquina de escribir y me pidió que la leyera para que opinara. Era la historia de cómo habían asesinado a balazos a un león que se había escapado del zoológico de Santiago (de Chile). Recuerdo haberlo leído con la emoción de leer un incunable, un texto extraordinario y al mismo tiempo como rendido ante el talento de un maestro. En ese mismo viaje encontré un libro de la colección Robin Hood que se trataba sobre una cacería de leones y se lo regalé. Pedro me influyó a tal punto que me convenció de que era escritor. Después de haber publicado mi primer libro “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”, Pedro me dijo “Nunca te dejes tratar como un experto, no eres un experto, vas a ser un escritor”. Eso me permitió irme de los temas, hay muchos colegas y muchos académicos o periodistas que se ven condenados a vivir la vida entera detrás de un tema.
“Yo creo que todos estamos en una casa en el fin del mundo, en donde lamemos nuestras heridas y la de los demás azorados por algo que parece no parar de derrumbarse”
-No puedo dejar de preguntarte cómo ves la actualidad, por dónde empezar a desentrañar este presente, más allá de la permanente sensación de distopía.
-Es un momento en que nos vemos primero compelidos a tener una extraordinaria conciencia de los vínculos más cercanos. Un esfuerzo por el cuidado de lo propio y del otro. Estuve hace poco con mi padre, uno de mis hermanos, el único hetero de la familia, mi hijo, su mejor amigo y otros primos y tíos que se sumaban a esta especie de manada del bien, le decía. Al principio fue incómodo por la masculinidad exacerbada del primer día cuando los varones se juntan a comparar sus osamentas y a darse de cornadas, discutiendo de política o de fútbol, me quería refugiar en las faldas de mi abuela que ya no está. Y me fui a la cocina con las mujeres a freír empanadas, en el sur de Chile. Pero luego habilité el espacio en esa casa que habitamos durante un par de semanas. Cada uno fue lo más flexible que pudiera y comenzó a funcionar algo que llamo “la camaradería del cuidado mutuo”. Como en “Una casa en el fin del mundo”, un libro de Michael Cunningham, que leíamos en los ’90 con mucha fruicción. Yo creo que todos estamos en una casa en el fin del mundo, en donde lamemos nuestras heridas y la de los demás azorados por algo que parece no parar de derrumbarse, pero que al mismo tiempo nos abrazamos y nos contenemos en espacios un poco más reducidos, con la paciencia necesaria para esperar a ver en qué momento ese todo que también somos nos convoque para algo. He recibido varias consultas en las últimas semanas de personas que me preguntan por un taller de escritura, personas que abandonaron la escritura y quieren regresar a ella. Es una experiencia individual íntima la de la escritura pero buscan talleres, es decir no quieren escribir solos. He recibido mensajes de personas que están haciendo documentales cuando se sabe que no va a haber más créditos, están construyendo proyectos de documentales, de películas, de obras de teatro, de libros colectivos, de nuevas revistas, de grupos que mezclan la danza con otras artes. En fin, estamos llenos de propuestas que nos invitan a lo colectivo, pero no son en la arena de la política. Y por más bello que sea lo que hagamos desde nuestros espacios de nutrición, de placer, no creo que nos terminemos de salvar si no logramos a partir de ahí expresarnos en función de un deseo político de transformación o de recuperación de lo político. Es tremendamente difícil. No podemos ser ansiosos ante esa misión porque vamos a darnos contra la pared, tenemos todo el derecho del mundo a cuidarnos y cuidar lo próximo sin olvidar que es en el todo, es decir en el espacio común, en donde realmente puede haber salida a esto que parece ser un mundo sin futuro.
“Es en el todo, es decir en el espacio común, en donde realmente puede haber salida a esto que parece ser un mundo sin futuro”